Me mira. Le miro. Ahí sigue impertérrita. Lleva así años. Recordándome lo inútil de esa compra. Fue hace tanto que ni me acuerdo de cómo, cuándo y dónde me hice con ella. Sé que me enamoré locamente cuando vi su imagen en un blog. Un blog de esos de fotografía tan cuidada y exquisita que hace que inmediatamente lo quieras todo: ese paño de cocina arrugado, esa magdalena reluciente y sí, ese accesorio del todo inservible. Tampoco quiero ser yo quien culpe a blogger y/o accesorio que aquí la única culpable soy yo. Por mi ansia viva y por no pararme a pensar: «pero a ver, reina mora, ¿alguna vez vas a utilizar un medidor americano? ¿cuántas recetas tengo en las que las medidas sean cups -o sea, tazas-?» Claramente, en aquel momento no tuve esta conversación conmigo misma y estas encantadoras matrioshkas, que no son en realidad más que unas originales tomas de medida, acabaron en mi cocina. La parte superior de la más pequeñita, equivale a 1/3, la de la grande a una y así, de esta manera tan graciosa vas midiendo tus recetitas. Ideal. Monérrimo. Absurdo. Pero yo de toda la vida peso en gramos así que quería darle el protagonismo que se merece -y que jamás ha tenido- al menos en este rincón -de mis vergüenzas-. Después de haber venido conmigo mudanza arriba, mudanza abajo; de no haber perdido ninguna de sus piezas -a pesar de que se ha convertido en el juguete fetiche de la fiera-, y de no haber tocado jamás ese cuerpecito suyo blanco e inmaculado ni harina ni azúcar de ningún tipo, he pensado: qué menos. Y así -quizás- me siento un poco menos culpable. «Nunca utilicé este accesorio tan cuqui pero, ¿y lo que luce?».
Y es que definitivamente, hay objetos que son personajes virtuales en red. Nunca deberían perder ese estatus de inalcanzables y deseados porque entonces te mirarán con mirada acusadora toda la vida: «Aquí me tienes, muerta de risa, cuando no de miedo porque a tu hija le da por hacer lanzamiento de Matrioshka cuando menos te lo esperas». Y toda la razón que tiene. Por eso, este es un espacio de fe de erratas, de #yoconfieso y de puedo prometer y prometo que -aunque solo sea una vez- este pequeño y curioso utensilio de cocina cumplirá su función.
Nota mental: buscar una receta en algún blog americano -que no sea Red Velvet– para darle una vida digna a esta herramienta.